La historia de la rosa
es tan secreta, que muy escasos iniciados pueden comprender su profunda
significación. La rosa es por excelencia el símbolo del secreto guardado, pues es una de las raras flores que se encierran en su propio corazón. Cuando abre
su corola, está en la hora de la muerte.
Las más grandes de
las sociedades secretas; La Santa Vehema, Templarios, la Francmasonería, tienen
a la rosa por emblema. La más secreta de todas, aquellas cuyos jefes, sin
ignorarse entre sí, nunca se encuentran unos a otros, la fraternidad de los
Rosacruces, tiene su nombre enlazado al símbolo hermético de Cristo.
Desde la más remota
antigüedad, la rosa fue honrada por dioses y héroes. Engalanaba el escudo de
Aquiles, el casco de Héctor y de Eneas, así como la adarga de los valerosos caballeros
de la edad media, con esta divisa de triple sentido: “Quanto si monstro men tan
é più bella” (tanto menos se muestra, tanto más hermosa es)
Familiarmente,
"découvrir le pot aux roses" significa descubrir un secreto, pero el
origen de tal expresión es bastante poco conocido.
Antaño, nuestros
bisabuelos y tatarabuelos, para imponer la ley del silencio a sus convidados,
colocaban sobre la mesa un tiesto con un ramo de rosas. El buen tono y el honor
exigían que toda la conversación iniciada bajo este signo fuese mantenida bajo
riguroso secreto.
Tal costumbre se
practicaba en otras partes con una variante; una rosa era colgada encima de la
mesa del banquete y era obrar contra el honor repetir las conversaciones
hiladas bajo la rosa (Sub-rosa).
Sucedía, para que se
hablase con mayor libertad durante el ágape, que fuese cubierto el tiesto con
un velo; antes de abandonar la mesa, se descubría el tiesto de las rosas y la
ley del silencio volvía a ser una obligación sagrada.
Para los Pitagóricos,
jueces francos, caballeros andantes, templarios, caballeros de Rodas,
francmasones, rosacruces, Rosatis; para el alto clero, por último, la rosa
posee un hondo significado esotérico.
Los jueces francos
eran los miembros de la Santa Vehema constituidos en tribunal secreto y
encargados de la ejecución de los individuos culpables de perturbar el orden
social y religioso. En el acero de su hacha justiciera había grabados de un
puñal y un caballero que llevaba un ramo de rosas. Quien traicionara el secreto
colocado bajo el signo de la flor era asesinado con puñal.
Si pasaban cerca de
una rosa tronchada, los jueces francos habían de llevarla a los labios o
posarla sobre su corazón.
En el siglo XII
apareció el rosetón en las vidrieras de las catedrales. Es por una rosa multicolor
que la luz (verdad) entra en los santuarios. Para realizar tal maravilla en el
rosetón de Nuestra Señora de París (12,90 metros de diámetro), fue menester que
el maestro arquitecto conociese el secreto del Número de Oro, de la resistencia
del material y de las fórmulas sabias, transmitidas únicamente a los grandes
iniciados de las sociedades secretas.
Dondequiera
intervenga la rosa, la acompañan el secreto y el silencio.
A comienzos de este
siglo se podía ver en Lyon, en el número 14 de la calle Thomassin, sobre la
puerta de entrada y grabada en piedra, una cabecita encapuchada, que una enorme
rosa coronaba. ¿Rótulo de artesano?, ¿signo de pertenencia?, nadie ha
descifrado aquel enigma, pero es probable que unos viajeros, al ver el rótulo,
adivinen su oculta significación.
En la Edad Media
existían numerosas posadas que llevaban la palabra “rosa” en su rótulo: “A la
Rosa de Provins”, “La Rosa y la Eglantina”, “Posada de la Rosa”, "Posada
de la Rosa Blanca”, etc.
Hay buenas razones
para creer que tales posadas, que jalonaban las grandes carreteras de Occidente
y el camino de los santuarios, eran regentadas por hosteleros afiliados a una
sociedad secreta. El rótulo indicaba a los viandantes que se hallaban “bajo la
rosa” y que cuanto dijesen o hicieran nunca sería divulgado.
Según Charles Nodier,
un edicto del Parlamento de Ruán, en las postrimerías del siglo XVI, prohibió a
los habitantes de la ciudad ir a la “Taberna de la Rosa” y a la “Taberna del
Rosal”. De esa misma época data el cisma de la rosa, que opuso a los iniciados
laicos a los iniciados cristianos. Las sociedades secretas que se hallaban bajo
el signo de la flor apartábanse más y más del rígido dogma instituido por los
jueces francos.
Los rosacruces
serían, en nuestros días, los últimos paladines de la verdad sub-rosa, que los
grandes ocultistas consideran como la única que proviene en línea recta de
nuestros antecesores.
No obstante, con la
rosa por mote, existe una suerte de supersociedad que, según dicen, seguiría
teniendo algunos miembros en Portugal y en América del Sur. En la puerta de su
morada estarían plantados –a uno y otro lado- un rosal rojo y un rosal blanco.
Jacques Coeur, cuya
inmensa fortuna fue confiscada por Carlos VII y luego reconstituida, según la
leyenda, merced al oro filosofal, pertenecía a aquella orden hermética. Y
también esos “pilotos” de Juan II, de Portugal, que, obligatoriamente, se
acogían a retiro en las Islas Azores o en la de Madeira, lejos de los curiosos,
tras haber traído, diez años antes de Colón, oro de las minas de Brasil.
En el 715 se
instituyó la bendición de las llaves de la Confesión de San Pedro, las que
fueran dadas ulteriormente a algunos establecimientos religiosos privilegiados.
Se piensa que de tal costumbre se deriva el rito de la rosa de oro o rosa de
los Papas.
Hacía 1948, el Papa
León IX ordenó a dos monasterios, detentores de las llaves de la Confesión de
San Pedro, contribuir en gratitud y anualmente con una rosa de oro o pagar su
valor.
La rosa de oro era
entonces el símbolo de la fragilidad humana. La inalterabilidad del metal era
una imagen de la eternidad del alma. Era una simple flor de escaramujo pintada
de rojo; luego fue de uso encastrarla, en su centro, de rubies y piedras
preciosas. Desde Sixto IV (1471), la flor de los Papas, cincelada en oro fina,
era hecha de una rama espinosa que llevaba varias flores ornadas de un follaje.
La flor puesta en lo alto de la rama era mayor que las demás y llevaba a guisa de corazón, en el centro de la corola, una copita llena de agujeros. Cuando era bendecida la rosa, el Papa depositaba en tal cúpula perfumes que remedaban el olor de la rosa, para “recordar a los iniciados las propiedades misteriosas que están asociadas a la flor”.
La flor puesta en lo alto de la rama era mayor que las demás y llevaba a guisa de corazón, en el centro de la corola, una copita llena de agujeros. Cuando era bendecida la rosa, el Papa depositaba en tal cúpula perfumes que remedaban el olor de la rosa, para “recordar a los iniciados las propiedades misteriosas que están asociadas a la flor”.
Nunca el sentido
secreto de la rosa cristiana ha sido revelado a los profanos.
Bonita esta entrada, con una información excelente.
ResponderEliminarUn beso.
Gracias hermosa! me regocijan tus palabras, muchos saludos!
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